17 agosto 2009

20 almas

Quizá valga la pena escucharlo recitar su vida sin que se lo pidan. Yo tengo mucha memoria, muy buena memoria, cuando tenía 12 años me fui de mi casa porque con mi madre no me llevaba bien, pedí permiso a mi padre y partí a hacer mi vida, solo. Yo tengo muy buena memoria. Juan Serré puede recitar lo que se le antoje, ni hace falta pedir que lo haga. Hasta casi se convierte en insoportable pero quizá valga la pena escucharlo un rato.
En 1951, cuando tenía 12 años abandonó su casa en Junín para emplearse como peón en una estancia en las cercanías de la ciudad. ¿Qué vas a hacer con tus estudios?, preguntó su padre, y Juan Serré con algo de seguridad le confesaría: “vas a ser el primero que se entere cuando haya hecho algo con eso”. Años después contaría que a lomo de caballo obtuvo tres títulos, mientras era peón en la estancia y compartía el cuarto con las hijas del patrón.
Juan Pereda y Morante, alcalde de la Villa del Rosario, tenía en sus manos y a su disposición tierras desde el río Carcarañá hasta el arroyo del Medio. Miles de hectáreas o miles de cuadras como se medían las tierras en el siglo XVIII, estaban cedidas por el Virrey de España a Morante. Cerca de los arroyos del Medio y el Pavón se hacía paso el camino Real que unía Buenos Aires con el Alto Perú y a la vera de éste, la esposa de Morante, Antonia del Pozo fundó en 1779 un oratorio, el Oratorio Morante.
Sería este oratorio un lugar de descanso y oración para los ejércitos nacionales. Dado que está muy cerca del camino Real, se estima que San Martín y sus granaderos camino a San Lorenzo, y Belgrano en otro momento, han pasado por allí. En 1840 cuando Juan Lavalle junto con sus tropas se dirigían a la derrota en Sauce Grande pararon a descansar en Morante. Pero hubo sangre derramada sobre ese suelo. En 1843 se enfrentaron los soldados comandados por el Coronel Arnold con los derrotados aborígenes, y en 1861 Mitre y Urquiza se cruzaron para librar la batalla de Pavón, siendo Mitre el triunfador.
Serré vive en Oratorio Morante y entre su nacimiento en Junín y su estadía en Morante, está su vida. Este señor canoso de setenta años que pasa las tardes sin la voluntad de ordenar ni limpiar su casa, estudió, a lomo de caballo, unos meses periodismo y abandonó, estudió locución y se recibió de martillero. A mediados de la década del 60, por casualidad y con sorpresa obtuvo un empleo en una empresa llamada Oxigena que trabajaba con oxigeno líquido que vaya uno a saber qué cosas hacían. Allí dejó la estancia pero no sus costumbres.
En la Unión Sovietica en 1939 el matrimonio Semyon Davidovich Kirlian y Valentina Kirlian inventa la cámara Kirlian. Ésta permite observar variaciones de presión, contacto a tierra, conductividad y humedad. Los creyentes creen que el halo de luz que se proyecta sobre los cuerpos fotografiados responde a la energía vital o aura. Juan Domingo Perón era dueño de una de estas cámaras a finales de la década del 40. Lo cierto es que esa cámara produce imágenes algo extrañas.
En esa casa desorganizada y poco prolija, en un lugar poco usual ya que ni su dueño, Juan Serré, sabe bien dónde está, existe una foto de Juan Domingo Perón de finales de la década del 40. Perón junto a una mujer desnuda y otros dirigentes caminan por una calle. Cuenta la historia de esa fotografía que al General Perón le gustaban demasiado las mujeres.
La dama de la fotografía está cubierta con un vestido y un conjunto de ropa interior de nylon que Perón le había obsequiado y que él mismo le había pedido que luciera en el día que tomaron la fotografía. Técnicamente afirman los conocedores que las imágenes tomadas por las cámaras Kirlian no se aprecia el nylon. Serré cuenta que esa foto llegó a él por manos de mismísimo fotógrafo, el mismo que le pidió confidencialidad y le recomendó cuidado al mostrarla.
Balas de cañones, puntas de lanzas, bayonetas y lazos. Los aborígenes combatían, defendían sus tierras. Las tropas realistas combatían y conquistaban tierras. El sur de Santa Fe tiene un pasado bélico que difícil es de esconder. El fuerte Sancti Spíritu, en Melincué, fue construido para frenar el avance de los ranqueles al mando del cacique Melín, el Oratorio Morante fue el escenario donde el Coronel Arnold, que muchos años después tendría el honor de grabar su nombre en un pueblo vecino, se enfrentó con los aborígenes, masacrándolos y conquistando sus tierras.
Balas de cañones, puntas de lanzas, bayonetas y lazos, todo eso guarda Juan en su casa-museo. Como si fuese una invitación en los vidrios de la única ventana a la calle de tierra, escrito con pintura blanca dice: Museo. ¿Querés saber cómo llegué acá? Sencillo, vivía en San Nicolás y venía seguido a la fiesta de la Virgen de los Remedios, todos los 8 de septiembre, así Juan devela el misterio de cómo se llega a vivir en un paraje con 20 personas, sin comercios y con la capillas más antigua que conocí y sin ni cura.
Trabajando en Oxigena, Juan Serré recorrió parte del país. 9 de Julio, General Pico, Cipoletti, Mar del Plata, Junín y otros lugares. Su última parada fue San Nicolás. Allí se casó, tuvo un hijo y es escapó. Harto de los drogadictos y de la violencia me vine a vivir en paz, esto fue en 1999. Se mudó, dejó todo y edificó su casita, su casa-museo.
A pocos metros de la capilla del Oratorio está el cementerio. Cruces de hierro forjado, sin nombres entre tapiales de no más de un metro y medio y entre yuyos quemados por el invierno descansan, quizá, los muertos de las guerras. Una treintena de cruces, algunas más elaboradas, otras humildes y desvencijadas. Ni una lápida, ni un nombre, ni una pista. ¿Muertos de 1840, de 1843, de 1861…? En aquellos años la muerte era algo más tempranera e inexplicable, se moría de tifus, fiebres, cólera. La escasez o la falta de higiene era uno de los principales motivos por los cuales terminar en una fosa comunitaria.
Mirá, ese lavatorio que está ahí, me dice Juan, tiene más de cien años. Remachado, porque hace más de cien años no existía la soldadora. Una palangana junto con un jarro de losa acomodados perfectamente en una estructura de hierro blanco opaco es lo más parecido que vi a esos utencillos que les acercaban a los enfermos en las películas ambientadas en 1850. ¿Quién está en ese cementerio? Nadie, no hay cuerpos. Hace unos años vinieron unos ingenieros con esas máquinas para buscar huesos y no encontraron ni un cuerpo. Los muertos por las guerras, por el tifus, por el cólera o por una pelea, terminaban en una fosa común, que debe estar ubicada más cerca del camino Real, pero acá, en este cementerio, no hay ni uno.
¿Periodista?, yo tuve un programa de radio durante muchos años cuando vivía en San Nicolás, me fue bien, me llamaban de todo lados. Muchas historias juntas, pero escucho.
¿Qué dice ese cartel?, me pregunta.
Pulpería, contesto.
No!, abajo…
Cuando los santos vienen marchando, leo.
Mjam, así se llamaba mi programa, pero lo dejé porque decía las cosas que no debía decir. Yo recito y muy bien, tengo muy buena memoria. Un cartel enorme que ocupa todo el ancho del comedor, de chapa y escrito con letras de pulpero. Sólo en esta casa puede verse cosa tan grosera.
Y ahora, una foto que no desentona en la casa, tiene su momento histórico. Fue en Rosario, en la Rural, unos 25 años atrás. Entre paisanos se conocen y el señor Serré estaba entre ellos. Parece que el organizador del desfile de caballo se quedó corto y Serré estaba vestido para la ocasión y a caballo. Suba a la pista no más. Y allí recitó y la gente lo aplaudió de pie. Por lo menos eso es lo que me hace creer.
¿Te conté que actué en una película? Se llama Flop y el director fue Eduardo Mignogna, tengo como quince videos de mis actuaciones en diferentes lugares. Me buscaron por como recito y por mi buena memoria, porque yo tengo muy buena memoria.
Cada rincón de la casa guarda historia, hasta el polvo que descansa en los intersticios de los cachivaches ha de tener memoria. Una foto de Perón junto a una mujer desnuda, otra con un ingeniero que vivió más de 120 años y ni mirándolo a los ojos uno puede saber qué edad tiene, una punta de lanza con más de una muerte, muerte con más de un siglo, un bayoneta alemana de 1865, un cartel enorme que invita a una pulpería, una jaula repleta de jilgueros mansos y una cáscara de nuez en el piso que piso y destruyo, una cáscara de nuez, según dicen es muy buena para la memoria.
Oratorio Morante hasta hace tres meses tenía 21 habitantes. Algo muy extraño debe sentir quien conozca los nombres de todos los habitantes de su pueblo. Pero esa debe ser la esencia de los lugares de paso, esos lugares en los que sólo se está de paso hace amigos a los seres más desconocidos. Hace tres meses murió Don Luís y hoy, en Oratorio Morante, son 20 almas, o Juan y las otras 19 que ya contarán su historia.

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