05 octubre 2009

El nene carretero

Me contaron una historia muy buena. Hay un boliche o pulpería de esas que el tiempo se empeña en avejentar que la llaman “El nene carretero” o como se dice en los pueblos, o por lo menos en los que frecuento, “el boliche del nene carretero”. Nadie sabe responder en todo Rufino por qué se llama así, o por qué a este señor le dicen, en primer lugar “nene” siendo que cuenta unos cuantos años, unos cuantos años más que su boliche, y por qué le dicen “carretero”.
La primera explicación a la que arribo es que le dicen “nene” porque en algún momento de su vida lo fue y ese apodo quedó en la conciencia de todo Rufino. Y para explicar el sufijo “carretero”, debí acercarme con imaginación y fantasía a una posible explicación lógica. Carretero de carretera. La palabra carretera resuena más en las traducciones mexicanas de películas norteamericanas que en el sur santafesino. Imagino un nene que frecuentaba las carreteras en busca de aventuras, las cuales eran de público conocimiento en el pueblo.
La segunda imagen es un nene con una carreta. Quién sabe qué haría ese nene con la carreta en un pueblo donde ni la más ardua crisis provoca la existencia de cartoneros o chatarreros. Pero la posibilidad de que a este señor, dueño de este aromático tugurio, lo llamen “el nene carretero” por portar una carreta existe. Debo confesar que entre las dos opciones en que me ofrecí creer, elijo la de la carretera.
Rufino linda con dos rutas nacionales importante. Está ubicado en el cruce de “las 40”. Así llaman a este cruce porque en él se atraviesan la 33 y la 7. Atentos, no todas las cosas, en Rufino, adquieren sus nombres de maneras encriptadas. No estaría muy errado al afirmar que lo llaman “carretero” por tanta ruta alrededor.
Pero el boliche del “nene carretero” es un lugar feo, me dicen. Aunque algo agradable debe tener y fui a conocerlo. Pensé que me hablaban de un barsucho ubicado entre las calles España y San Martín, ahí en Rufino, llamado “Snack Green” o “el esnagri” como logran pronunciarlo, con muchas dificultades, algunos parroquianos. Curioso “el esnagri”, porque sobre la antigua puerta de madera, ahora de color celeste feo, un cartel pasado en años y lluvias y vientos dice que el recinto cuenta con canchas de paddle y squash. Por más imaginación que uno tenga esas canchas no las verá ni logrará imaginarlas. Un lugar con tan poco aspecto a “paddle” nunca puede continuar albergando jugadores de paddle. Resumidamente, “el esnagri” es un lugar viejo, con poco encanto en el cual no más de 15 sillas rodean a 4 mesas ubicadas estratégicamente mirando al televisor sobre las cuales no más de 5 buenos tipos se sientan a tomar un vermout.
El nene carretero es el punto interesante. Lo busqué por toda la ciudad y nada, creía en mi poder detectivesco y suerte, pero no lo pude hallar. “Haga dos cuadras, a la derecha unas cinco y a la derecha una cuadra y media más, ahí lo va a encontrar”, así me dijeron y la verdad no lo encontré. O no encontré lo que esperaba. Eso no podía ser un boliche o pulpería, esa era una casa vieja con una parrilla en el fondo y un cartel que decía: “Lechón $25, Asado $5” Precio que correspondían al valor que el dueño del lugar cobraba para asar. Un lechón 25 pesos, un kilo de asado 5 pesos.
Son las 7 de la tarde de un sábado de junio muy frío sobre una calle de ripio con cordón cuneta y estoy parado frente al mismísimo boliche del nene carretero. Quiero volver al hotel y mirar televisión. Pero entro y a tomar un Gancia por que me dijeron que los hacía rico y eran baratos. Aunque si recuerdo mejor lo único bueno que tienen sus Gancias, es que son baratos. Lo de ricos es una cuestión demasiado subjetiva.
Nadie imaginaría que el nene carretero tiene detrás de la barra, o ese espacio parecido a la barra de un bar, una parrilla. Una donde se asan los asados de terceros a cinco pesos el kilo. El nene carretero, un señor flaco de unos 60 años con bigote mal cortado y piel arruinada por las brasas y el sol, te ofrece hospitalidad y algo para tomar. Un Gancia con limón y mejor no probar otra cosa. Mientras espero que me preparen mi trago, miro a mí alrededor y me encuentro solo. Solo porque el único cristiano que comparte conmigo el bar, además del nene carretero, está dormido en una silla con la cabeza sostenida por su mentón en el pecho y un vaso índice de su embriagues.
Mientras que el Gancia se servía en el vaso, todo bien. El problema fue cuando ingresó el limón, no sólo que fue cortado vaya uno a saber cuándo, sino que para lograr que esos gajos se conviertan en jugo y las semillas no caigan en mi copa, el nene carretero los exprime dentro de su mano y los dedos funcionarían como un colador. De esa manera, rodeando, recorriendo y atravesando los dedos del “barman” el jugo de limón llega al vaso y se acrecientan mis deseos de no beber eso y estar en el hotel mirando televisión.
Pero el nene fue muy caritativo y me recibió cordialmente, no creo en aquello de sentirse como en casa, pero en verdad no me sentí incómodo ni observado, como me suele suceder cuando recorro pueblos, sino más bien como en esas ocasiones que uno asiste a la casa de algún pariente lejano, que no conoce tíos ni primos a los cuales quizá no vuelva a ver, que sabe que está en familia pero no es la suya, que sabe que tiene libertad de irse cuando se le antoje pero no lo hace por la hospitalidad recibida Así me sentía, incómodo, sabiendo que puedo salir rajando sin explicación mediante, siendo conciente de que quizá no vuelva a ver nunca más al nene carretero, pero sin embargo me quedo.
Me quedo y sonriente “el nene carretero” me entrega el Gancia, “¿usted no es de acá, no es cierto?, me pregunta este buen hombre, “no, soy de Alcorta y vengo de unos parientes a un cumpleaños sorpresa” le digo mientras notaba que lo que le decía ya no le interesaba porque acaba de llegar alguien a hacerle un pedido de asado. Antes le pago los 3 pesos del Gancia, era barato. Se sabe que los buenos asadores, que hacen del asar un medio de subsistencia, no cuidan sus manos demasiado porque al otro día otra vez estarán sometidas a las brazas y la grasa del asado. Sometidas también a exprimir limones.
Me tomo el Gancia, casi por completo y el segundo misterio se resuelve, además de barato no estaba nada mal. Al fin y al cabo era sólo un Gancia con limón y no hay mucho margen de error como para hacer un Gancia que no sea rico. La cuestión está en si a uno le gusta o no el Gancia. Pero, pensándolo mejor la cuestión no está en si a uno le gusta el Gancia, si le gusta con limón, o si “el nene carretero” lo hace rico o no. Lo imprescindible es saber que en Rufino un tipo te cocina un lechón por sólo 25 pesos.