06 abril 2007

Deseos, contradicciones y utopías.

Salgamos de una vez a buscar que nos peguen, salgamos a tocar el timbre de los porteros susceptibles y salir rajando antes de ser descubiertos. A besar el cristiano o la cristiana que sea y buscar el amor de quien menos nos tenga en cuenta, a llamar por teléfono y cortar, a torrar en los canteros de las casas más deseadas y escupir desde los balcones más altos.
Salgamos a conquistar a nadie, a no tener la obligación de enamorarse ni pretender ser querido por quienes queremos, a hablar de todo lo insignificante absurdo e idiota que nadie habla por temor a no mostrarse interesante, culto, razonable y las demás grandezas que los señores menos atrayentes creen eficaces al momento de conquistar señoras que están muy lejos de sus posibilidades amorosas.
Salgamos a jugar a la escondida, a buscar aventuras, a patear la pelota en la vereda, a mirar novias ajenas, a propinar piropos indecentes, a emborracharse al mediodía, a desparramar tachos o esquivar charcos, a correr carreras de bicicleta, a insultar viejas y no escuchar historias de amores inconclusos o fracasados.
Salgamos de una vez a recobrar tiempos olvidados, a despilfarrar lo que hemos ahorrado, a luchar por amores imposibles. A que nos peguen, nos derroten, nos traicionen. Escuchemos lo que nunca escuchamos, hagamos lo que nunca hicimos, besemos a quien nunca nos gustó, bailemos con quien nunca bailó o amemos a novias que nunca fueron nuestras, que de esta manera nos daremos cuenta de que estamos vivos y que lo que nunca hacemos es en realidad lo que siempre soñamos y quisimos.
Cualquiera de estas cosas es preferible a esa mediocridad eficiente, a esa miserable resignación que algunos llaman madurez.